Una dulzura extraña
Una dulzura del todo extraña fatigaba mi corazón, lo advertí cuando mi mano se apoyó en mi pecho cansado, y sentí que los latidos eran cada vez más acelerados.
Y bajando de cansancio, mi cabeza sobre la almohada, cubierta por una funda amarillo pálido que todavía tiene huellas de aquella suavidad primera, de una cabeza que de muy lejos me recordase la de un ser especial, inigualable.
El cansancio parecía meterse por el corazón. Era grande el dolor y tan excesiva la suavidad. No es dolor corporal sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo fatigado, por circunstancias inexplicables, de una dependencia que el mismo corazón se ensaña en presentar y mantener.
Me dormí apaciblemente, aunque a cada hora me despertaba por ese golpeteo que en mi corazón anunciaba la ansiedad y la impotencia ante situaciones que escapan a mi capacidad de solución alguna.
Soy consciente de que la vida continúa y el camino por recorrer, no se sabe si es corto o excesivamente largo.
Trataré de mantener esa dulzura extraña sin fatigarme, que me sirva de contención y no de angustia, que la almohada me de calor y al sumergirme en mi abrigo, me deleite en un sueño perfectamente tierno y reconfortante.
Pues mañana será otro día. La vida continúa y todavía me queda mucho por hacer, por ti, y por mí.
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