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Mi ángel guardián

En tardes grises, llenas de nubarrones de tristeza, me atreví a distraer mi vista y entré a recorrer el camino de internet. Un poco por curiosidad, otro por las ganas que tenía de disipar esas nubes que me sumían en la nostalgia y la incertidumbre del amor. Ingresé a un sitio llamado Yahoo y comencé a explorar sus diferentes propuestas de chat. Día tras día hacía el mismo trabajo y me entretenía leyendo párrafos enteros de gente extraña que dialogaba entre sí. Yo no participaba, me mantenía en actitud pasiva.

Mis pocos amigos estaban muy ocupados con sus respectivas actividades diarias. Nadie respondía a mis mail. Y Roberto no entraba al messenger. Tampoco mis amigas Cris, ni Dan, ni mis sobrinos Car y Rocío. De tanto en tanto hablaba con mi sobrino Vor, pero era como si ya no teníamos temas para intercambiar, más que  sólo un ¡Hola! ¿Cómo estás? y el estado del tiempo y otras cosas de rutina. El aburrimiento, me embargó hasta los huesos en ese día de vacaciones.

Antonio tampoco escribía. Me daba la impresión de que lo estaba cansando con mis insistentes mensajes. Así que decidí hacerlos más espaciados.

El aburrimiento, me embargó hasta los huesos en ese día de vacaciones de cálido verano. Después de almorzar, hora en que siempre solía encontrar a Roberto en el msn de Yahoo, me adentré al chat público. Escogí el sitio de Religión y me quedé leyendo nuevamente. Veía que usuarios entraban, algunos intervenían en las charlas, y otros, sólo entraban y salían, como espiando a los visitantes.

Cuando ví que un Roberto ingresó, se me iluminó la vista, pensando que podría ser el mismo al que yo extrañaba en nuestros diarios encuentros . Lo saludé en privado, nos hicimos amigos, llegamos a conocernos personalmente, pero no había sido el mismo Rony (así lo llamaba yo).

El calor no permitía ni siquiera aprovechar una siesta cómoda y reconfortante. Yo seguía de cerca el control del ciber, un comercio que había comenzado utilizando el dinero de un seguro que había cobrado. Mientras lo hacía, permanecía sentada a veces por más de una hora frente a una de las máquinas.

El chat de Yahoo me llamaba, me brindaba un refugio del que yo sacaba provecho en sentido de olvidar las penas en las que estaba sumida. Pero como yo pienso que Nada es casual, como lo dijo Margarida  en su libro, me atreví a saludar en privado a una persona que había ingresado al chat y que llevaba el mismo nombre de mi médico de familia.

¡Hola!, le dije, ¿de dónde eres? ¿cuántos años tienes? etc. etc. etc. Lo cierto es que no era mi médico de cabecera, tampoco era ni es médico. La amistad se inició con esa simple palabra ¡Hola!, palabra que me animé a pronunciar a pesar del temor que sentía en ese momento de que realmente fuera ese médico que me conocía desde hacía mucho tiempo. ¿Qué me diría?, tal vez...de qué estaba haciendo yo en el chat de Yahoo. Y vendrían las interrogaciones...

Pero la persona a la que había sacado fuera del chat es esa persona maravillosa a la que conocí, hace ya más de un año y medio y la que me ha cambiado la vida.

Gracias a Dios, al chat de Yahoo, y a mi deseo de continuar viviendo, hoy somos grandes amigos, y decidimos de común acuerdo, que él es y será mi hombre,  y yo su mujer.

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